Marco Tulio
Cicerón (3 de enero de 106 a.C.-7 de diciembre de 43 a.C.): único autor del que
realmente puede construirse una biografía seria: se cuenta con los propios
testimonios personales, biografías de los contemporáneos y su correspondencia
privada (800 cartas) que van desde el año 68 hasta casi el momento de su muerte
(en ellas, la verdadera naturaleza de Cicerón).
Nació en
Arpino el 3 de enero del 106 a.C. en el seno de una familia perteneciente al
orden ecuestre. Fue educado inicialmente por un estoico llamado Diodoto, aunque
luego se trasladó a Roma para completar su formación a la sombra de los últimos
supervivientes de la época de los Escipiones. Ocupó todos los cargos del cursus
honorum. Estudió inicialmente oratoria con Apolonio Molón de Rodas, quien
le insufló su interés por la filosofía. Sus intereses literarios lo acercan a
Lucilio y a Ennio.
Su primer
discurso conservado es el Pro Quinctio (81 a.C.), relativo a una
herencia, al que siguió en el 80 a.C. el Pro S. Roscio Amerino, en el
que defendió a Roscio de la acusación de parricidio. Temores políticos le
hicieron marcharse a Grecia y Asia Menor para perfeccionar sus estudios de
filosofía y retórica (aquí empezará su tendencia al aticismo, abandonando el
enfático asianismo de sus primeros discursos). Tras la muerte de Sila regresa a
Roma y comienza su cursus honorum. A esta época de transición
corresponden los fragmentarios discursos Pro. Q. Roscio comoedo (76
a.C.) y Pro Tullio (72 a.C.).
Su
popularidad comienza con el proceso abierto contra G. Verres a petición de los
sicilianos, acusándolo de abusos en la provincia. Su actio prima in Verrem
dejó “callado” al abogado de Verres, Hortensio, que se limitó a escuchar los
cargos esgrimidos por Cicerón. Se consevan cinco discursos más (actio
secunda) que nunca fueron pronunciados. Otros discursos de la época (Pro.
M. Fonteio y Pro A. Caecina) acrecentaron su fama de abogado.
Sus
Verrinas fueron la consagración de Cicerón en el plano político: comienza su
fulgurante carrera hacia el consulado, logrado en el año 63 a.C. Coincidiendo
con su pretura (66 a.C.) pronuncia el discurso Pro lege Manilia (De imperio
Cn. Pompei) en apoyo a las aspiraciones políticas de Pompeyo, base de una
amistad personal que, con algunos altibajos, se mantendrá a lo largo de toda la
vida de Cicerón.
Nombrado
cónsul (cénit de su carrera, pero también inicio de su declive), Cicerón
consiguió abortar la conjuración de Catilina. Los cuatro discursos de las Catilinarias
(publicados tres años después) pretenden mostrar el peligro de Catilina para la
estabilidad del estado.
Otros
discursos de esta época, aunque menos importantes para la posteridad como las Catilinarias,
son De lege agraria (defensa de
los intereses de Pompeyo frente a una ley promovida por el cesariano P.
Servilio Rulo), Pro Rabirio perduellionis (defensa de Rabirio, acusado
de haber matado a un tribuno de la plebe), Pro Murena (caso de
corrupción electoral), Pro Sulla, Pro Archia poeta (intento de
otorgar el derecho de ciudadanía romana a este poeta griego) o Pro Flacco (defensa
de este pretor acusado de concusión y que había ayudado a Cicerón en el asunto
de Catilina).
Ante la
formación del primer triunvirato entre César, Pompeyo y Craso, Cicerón se aisla
políticamente, llegando incluso a criticar la ley agraria de César. Acusado por
Clodio (enemigo del orador), que había sido elegido tribuno de la plebe, de
haber ajusticiado a ciudadanos romanos sin juicio previo durante la conjuración
de Catilina, Cicerón se exilia de Roma el año 58 a.C. durante quince meses,
regresando en septiembre del 57 a.C.
Su vuelta a
la vida política y social de Roma, no es más que un espejismo de alguien que
había sido abandonado por amigos y partidarios. Una de sus primeras actuaciones
consistió en recuperar su casa del Palatino, confiscada por Clodio y convertida
por él, paradójicamente, en “templo de la Libertad”. A ello responden los discursos De domo sua
(57 a.C.) y De haruspicum responso (56 a.C.).
Ante el
incesante acoso de Clodio a él mismo y a los que habían sido sus partidarios,
Cicerón aproxima sus ideales a los de César y termina colaborando con él: a
ello responden su De provinciis consularibus, en apoyo al nombramiento
de César durante cinco años más como gobernador de las Galias y sus discursos de defensa de dos ilustres
cesarianos: L. Cornelio Balbo (56 a.C.), ausado de usurpar el derecho de
ciudadanía (era gaditano) y G. Rabirio Póstumo (acusado de haber participado en
una extorsión en Alejandría). No se conservan los discursos en defensa de dos
antiguos enemigos: Vatinio (uno de los acusadores en el proceso de Sestio) y
Gabinio (cónsul en el 58 que contribuyó al exilio de Cicerón).
Cada vez
más desencantado por la vida política (no es indiferente a la desnaturalización
de las instituciones republicanas y al estado generalizado de corrupción),
Cicerón empezó a aislarse de la vida pública. En estos momentos, que son el
período de mayor madurez oratoria (p.e., el Pro M. Caelio [56 a.C.],
discurso en favor de este joven acusado de asesinar a un embajador egipcio y de
envenenar a Clodia, la Lesbia de Catulo, el In L. Calpurnium Pisonem [55
a.C.], el Pro Plancio y el Pro Scauro [54 a.C.] y el Pro
Milone [52 a.C.], pieza maestra en la defiende a Milón, partidario suyo,
del asesinato de Clodio el 20 de enero del 52 en la Vía Apia y de cuya
acusación no pudo librarle [luego lo
reelaboró y Milón se congratuló de que no hubiera concebido inicialmente así,
pues de lo contrario no estaría, dice, comiendo salmonetes en su exilio de
Marsella [como testimonio Dión Casio]), escribe el De oratore (55 a.C.)
y sus dos tratados de filosofía política: el De re publica (54-51 a.C.)
y el De legibus (52 a.C.).
Aun
dudándolo mucho, Cicerón se puso de lado de Pompeyo en la guerra con César,
quien, tras la victoria de Farsalia en el 48 a.C., logró sin embargo
perdonarlo. En esta época se dedicó a escribir discursos para defender a
exiliados que habían tenido peor suerte que él: son los “discursos cesarianos”
del 46-45 a.C. (Pro Marcello, Pro Ligario, Pro rege Deiotaro) en los que
alaba la figura de César y le da consejos sobre cómo administrar la paz
(convencido de que aún era posible salvar la República).
El
endurecimiento de la dictadura de César y algunas desgracias personales
(divorcio de Terencia, su mujer, y muerte de su hija Tulia en el 45 a.C.) lo
llevaron a recluirse para escribir algunas de sus obras filosóficas (Hortensius
[perdido], Academica [conservada fragmentariamente, acerca del problema
del conocimiento], De natura deorum, De divinatione y De fato [44.
a.C., sobre cuestiones religiosas], De finibus bonorum et malorum [no se
puede sacrificar el bien particular al general], Tusculanae disputationes [45
a.C., problemas éticos como la actitud ante la muerte, el dolor o las
enfermedades], De senectute, De amicitia y De officiis [44 a.C.,
tratado de moral práctica en el que Cicerón justifica los valores fundamentales
de su propia conducta como individuo y ciudadano) y retóricas más importantes (Brutus
y Orator).
La muerte
de César hizo creer a Cicerón que podría volver la República, pero se equivocó:
el cónsul Marco Antonio pretendía continuar la dictadura de César y contra él
escribió las Filípicas (intento de emulación de los discursos de Demóstenes
contra Filipo de Macedonia y culmen de la oratoria de Cicerón).
Cicerón no
tuvo como aliado a Octaviano (Augusto), quien formó triunvirato con
Lépido y Marco Antonio en el 43 a.C. Una de las decisiones adoptadas fue
condenar a muerte a los ciudadanos que no les eran afines políticamente. Entre
ellos se encontraba Cicerón, que fue asesinado por los partidarios de Antonio
en su finca de Formias, el 7 de
diciembre de ese año 43 a.C. Así lo cuenta Plutarco (Cic. 48):
“Entretanto
llegaron los verdugos, que eran el centurión Herenio y el tribuno Popilio, a
quien había defendido Cicerón en un proceso de parricidio… Cicerón, al darse
cuenta de que Herenio se acercaba corriendo por el camino que llevaba, ordenó a
sus esclavos que detuvieran la litera. Entonces, llevándose, como era su
costumbre, la mano izquierda a la barba, miró fijamente a sus asesinos; tenía
el cabello crecido y desgreñado, y muy demudado el semblante por tanta
agitación y angustia, de modo que los más se cubrieron el rostro al ir Herenio
a darle el golpe mortal, y se lo dio habiendo alargado el mismo Cicerón el
cuello desde la litera. Tenía entonces sesenta y cuatro años. Le cortó la
cabeza por orden de Antonio y las manos con las que había escrito las Filípicas…”.