"La cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos; la más fácil es hablar mal de los demás" Tales de Mileto

domingo, 27 de septiembre de 2015

Marco Tulio Cicerón: Vida y Obra

Marco Tulio Cicerón (3 de enero de 106 a.C.-7 de diciembre de 43 a.C.): único autor del que realmente puede construirse una biografía seria: se cuenta con los propios testimonios personales, biografías de los contemporáneos y su correspondencia privada (800 cartas) que van desde el año 68 hasta casi el momento de su muerte (en ellas, la verdadera naturaleza de Cicerón).

Nació en Arpino el 3 de enero del 106 a.C. en el seno de una familia perteneciente al orden ecuestre. Fue educado inicialmente por un estoico llamado Diodoto, aunque luego se trasladó a Roma para completar su formación a la sombra de los últimos supervivientes de la época de los Escipiones. Ocupó todos los cargos del cursus honorum. Estudió inicialmente oratoria con Apolonio Molón de Rodas, quien le insufló su interés por la filosofía. Sus intereses literarios lo acercan a Lucilio y a Ennio.

Su primer discurso conservado es el Pro Quinctio (81 a.C.), relativo a una herencia, al que siguió en el 80 a.C. el Pro S. Roscio Amerino, en el que defendió a Roscio de la acusación de parricidio. Temores políticos le hicieron marcharse a Grecia y Asia Menor para perfeccionar sus estudios de filosofía y retórica (aquí empezará su tendencia al aticismo, abandonando el enfático asianismo de sus primeros discursos). Tras la muerte de Sila regresa a Roma y comienza su cursus honorum. A esta época de transición corresponden los fragmentarios discursos Pro. Q. Roscio comoedo (76 a.C.) y Pro Tullio (72 a.C.).

Su popularidad comienza con el proceso abierto contra G. Verres a petición de los sicilianos, acusándolo de abusos en la provincia. Su actio prima in Verrem dejó “callado” al abogado de Verres, Hortensio, que se limitó a escuchar los cargos esgrimidos por Cicerón. Se consevan cinco discursos más (actio secunda) que nunca fueron pronunciados. Otros discursos de la época (Pro. M. Fonteio y Pro A. Caecina) acrecentaron su fama de abogado.
Sus Verrinas fueron la consagración de Cicerón en el plano político: comienza su fulgurante carrera hacia el consulado, logrado en el año 63 a.C. Coincidiendo con su pretura (66 a.C.) pronuncia el discurso Pro lege Manilia (De imperio Cn. Pompei) en apoyo a las aspiraciones políticas de Pompeyo, base de una amistad personal que, con algunos altibajos, se mantendrá a lo largo de toda la vida de Cicerón.

Nombrado cónsul (cénit de su carrera, pero también inicio de su declive), Cicerón consiguió abortar la conjuración de Catilina. Los cuatro discursos de las Catilinarias (publicados tres años después) pretenden mostrar el peligro de Catilina para la estabilidad del estado.
Otros discursos de esta época, aunque menos importantes para la posteridad como las Catilinarias, son  De lege agraria (defensa de los intereses de Pompeyo frente a una ley promovida por el cesariano P. Servilio Rulo), Pro Rabirio perduellionis (defensa de Rabirio, acusado de haber matado a un tribuno de la plebe), Pro Murena (caso de corrupción electoral), Pro Sulla, Pro Archia poeta (intento de otorgar el derecho de ciudadanía romana a este poeta griego) o Pro Flacco (defensa de este pretor acusado de concusión y que había ayudado a Cicerón en el asunto de Catilina).

Ante la formación del primer triunvirato entre César, Pompeyo y Craso, Cicerón se aisla políticamente, llegando incluso a criticar la ley agraria de César. Acusado por Clodio (enemigo del orador), que había sido elegido tribuno de la plebe, de haber ajusticiado a ciudadanos romanos sin juicio previo durante la conjuración de Catilina, Cicerón se exilia de Roma el año 58 a.C. durante quince meses, regresando en septiembre del 57 a.C.
Su vuelta a la vida política y social de Roma, no es más que un espejismo de alguien que había sido abandonado por amigos y partidarios. Una de sus primeras actuaciones consistió en recuperar su casa del Palatino, confiscada por Clodio y convertida por él, paradójicamente, en “templo de la Libertad”.  A ello responden los discursos De domo sua (57 a.C.) y De haruspicum responso (56 a.C.).

Ante el incesante acoso de Clodio a él mismo y a los que habían sido sus partidarios, Cicerón aproxima sus ideales a los de César y termina colaborando con él: a ello responden su De provinciis consularibus, en apoyo al nombramiento de César durante cinco años más como gobernador de las Galias  y sus discursos de defensa de dos ilustres cesarianos: L. Cornelio Balbo (56 a.C.), ausado de usurpar el derecho de ciudadanía (era gaditano) y G. Rabirio Póstumo (acusado de haber participado en una extorsión en Alejandría). No se conservan los discursos en defensa de dos antiguos enemigos: Vatinio (uno de los acusadores en el proceso de Sestio) y Gabinio (cónsul en el 58 que contribuyó al exilio de Cicerón).

Cada vez más desencantado por la vida política (no es indiferente a la desnaturalización de las instituciones republicanas y al estado generalizado de corrupción), Cicerón empezó a aislarse de la vida pública. En estos momentos, que son el período de mayor madurez oratoria (p.e., el Pro M. Caelio [56 a.C.], discurso en favor de este joven acusado de asesinar a un embajador egipcio y de envenenar a Clodia, la Lesbia de Catulo, el In L. Calpurnium Pisonem [55 a.C.], el Pro Plancio y el Pro Scauro [54 a.C.] y el Pro Milone [52 a.C.], pieza maestra en la defiende a Milón, partidario suyo, del asesinato de Clodio el 20 de enero del 52 en la Vía Apia y de cuya acusación no pudo librarle  [luego lo reelaboró y Milón se congratuló de que no hubiera concebido inicialmente así, pues de lo contrario no estaría, dice, comiendo salmonetes en su exilio de Marsella [como testimonio Dión Casio]), escribe el De oratore (55 a.C.) y sus dos tratados de filosofía política: el De re publica (54-51 a.C.) y el De legibus (52 a.C.).

Aun dudándolo mucho, Cicerón se puso de lado de Pompeyo en la guerra con César, quien, tras la victoria de Farsalia en el 48 a.C., logró sin embargo perdonarlo. En esta época se dedicó a escribir discursos para defender a exiliados que habían tenido peor suerte que él: son los “discursos cesarianos” del 46-45 a.C. (Pro Marcello, Pro Ligario, Pro rege Deiotaro) en los que alaba la figura de César y le da consejos sobre cómo administrar la paz (convencido de que aún era posible salvar la República).

El endurecimiento de la dictadura de César y algunas desgracias personales (divorcio de Terencia, su mujer, y muerte de su hija Tulia en el 45 a.C.) lo llevaron a recluirse para escribir algunas de sus obras filosóficas (Hortensius [perdido], Academica [conservada fragmentariamente, acerca del problema del conocimiento], De natura deorum, De divinatione y De fato [44. a.C., sobre cuestiones religiosas], De finibus bonorum et malorum [no se puede sacrificar el bien particular al general], Tusculanae disputationes [45 a.C., problemas éticos como la actitud ante la muerte, el dolor o las enfermedades], De senectute, De amicitia y De officiis [44 a.C., tratado de moral práctica en el que Cicerón justifica los valores fundamentales de su propia conducta como individuo y ciudadano) y retóricas más importantes (Brutus y Orator).

La muerte de César hizo creer a Cicerón que podría volver la República, pero se equivocó: el cónsul Marco Antonio pretendía continuar la dictadura de César y contra él escribió las Filípicas (intento de emulación de los discursos de Demóstenes contra Filipo de Macedonia y culmen de la oratoria de Cicerón).

Cicerón no tuvo como aliado a Octaviano (Augusto), quien formó triunvirato con Lépido y Marco Antonio en el 43 a.C. Una de las decisiones adoptadas fue condenar a muerte a los ciudadanos que no les eran afines políticamente. Entre ellos se encontraba Cicerón, que fue asesinado por los partidarios de Antonio en su finca de Formias, el 7 de diciembre de ese año 43 a.C. Así lo cuenta Plutarco (Cic. 48):

“Entretanto llegaron los verdugos, que eran el centurión Herenio y el tribuno Popilio, a quien había defendido Cicerón en un proceso de parricidio… Cicerón, al darse cuenta de que Herenio se acercaba corriendo por el camino que llevaba, ordenó a sus esclavos que detuvieran la litera. Entonces, llevándose, como era su costumbre, la mano izquierda a la barba, miró fijamente a sus asesinos; tenía el cabello crecido y desgreñado, y muy demudado el semblante por tanta agitación y angustia, de modo que los más se cubrieron el rostro al ir Herenio a darle el golpe mortal, y se lo dio habiendo alargado el mismo Cicerón el cuello desde la litera. Tenía entonces sesenta y cuatro años. Le cortó la cabeza por orden de Antonio y las manos con las que había escrito las Filípicas…”.